TEXTOS DE LA PUNTADA CON HILO DE LOS AÑOS 90 Y OTROS TEXTOS DISPOBLES SOBRE FEMINISMOS Y DE FEMINISTAS

jueves, 12 de febrero de 2015

LO QUE EL GÉNERO LE HACE AL ANÁLISIS DE LA MUNDIALIZACIÓN NEOLIBERAL (JULES FALQUET)



Una version anterior de este artículo ha salido en la revista Revista Internacional de Pensamiento Político, n°9, 2014, (Universidad Pablo de Olavide de Sevilla : http://www.pensamientopolitico.org/presentacion.php).

Lo que el género le hace al análisis de la mundialización neoliberal: la sombra del militarismo sobre las mujeres globalizadas[1]     
X Jules Falquet[2]
 Desde los años noventa, diversas investigaciones feministas mezclando herramientas provenientes de la sociología, sociología del trabajo, ciencias políticas y economía, proponen diferentes pistas de análisis feministas de la mundialización.  Presentaré aquí algunas de estas reflexiones[3] tomando como hilo conductor las transformaciones de la actividad económica.

Históricamente, para corregir el sesgo androcéntrico de muchos trabajos sobre el tema, el primer reflejo ha sido de “añadir a las mujeres” al análisis. Siguiendo este primer hilo, veremos para empezar cuáles son las ambivalencias de la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo y el tipo de actividades que la mundialización reserva mayoritariamente a las mujeres no privilegiadas del planeta, sobre todo en torno a actividades “de servicio”. En un segundo momento, siendo que una verdadera perspectiva de género debe buscar pensar en conjunto y de forma dialéctica los dos términos que conforman las relaciones sociales de sexo, presentaré otros análisis que pudiera parecer alejados del tema, pero que sin embargo, son claves para comprender la mundialización: aquéllos que se enfocan en cuestiones como la guerra, el militarismo y  las diferentes manifestaciones de lo que en otro trabajo llamé los “hombres en armas” (2011 [2008]).

1. Las “Mujeres de servicios”, nuevas “Mujeres globales”

Desde finales de los años ochenta, las teóricas feministas profundizan sus críticas a la separación arbitraria entre las actividades denominadas respectivamente como “productivas” y “reproductivas”, cuestionando profundamente la disciplina económica y el “gran discurso” dominante de la historia del capitalismo. La alemana Maria Mies propone reconsiderar el peso de las relaciones patriarcales en la acumulación a escala mundial (1986), mientras que la neozelandesa Marilyn Waring discute la lógica misma de la contabilidad internacional, de la medición del PIB y del crecimiento (1988). A principios de los años noventa, la estadounidense Saskia Sassen es una de las primeras en analizar el nuevo fenómeno de la “globalización”, estudiando las Global Cities donde parejas que trabajan a tiempo completo en actividades ligadas, por ejemplo, a las altas finanzas -y por lo tanto parejas “sin esposa”-, “externalizan” numerosas tareas “reproductivas” hacia una mano de obra barata constituida principalmente por mujeres, a menudo migrantes (1991).

A. La mundialización neoliberal: ¿efectos nocivos para las mujeres?

A finales de los años noventa, numerosos estudios sobre el impacto de los planes de ajuste estructural muestran que la crisis económica, el aumento del desempleo y la profundización de las desigualdades han afectado y empobrecido de forma particular a las mujeres, tanto en términos absolutos como en relación con los hombres (Hirata y Le Doaré, 1998; Wichterich, 1999; ATTAC, 2002 ; Bisilliat, 2003). Después de haber mostrado cómo el Welfare State había liberado parcialmente a las mujeres del “patriarcado privado” (volviéndolas dependientes de lo que llamó “patriarcado público”), la británica Sylvia Walby (1990) subrayó que el ajuste estructural condujo a una re-familiarización de muchas tareas e hizo a las mujeres dependientes de un nuevo “patriarcado privado”, usándolas, sin escrúpulos, como “amortiguadoras” de la crisis (1997).

En una perspectiva similar, un equipo constituido alrededor de Eleonore Kofmann (2001), también británica, puso en evidencia que las transformaciones de las políticas sociales en Europa han estado acompañadas por políticas más o menos oficiales de importación de mano de obra femenina desde países del Sur global para realizar aquellas tareas que el Estado abandona, mientras muchos hombres rechazan obstinadamente realizarlas, y muchas mujeres ya no logran “conciliarlas” con el resto de sus obligaciones. Recordemos, en este sentido, que los Acuerdos de Lisboa exigen que al menos un 60% de las mujeres de la OCDE entren al mercado de trabajo.

B. El capitalismo neoliberal, ¿un aliado de las mujeres?
Investigación tras investigación, se llega a la siguiente constatación: tanto en el Sur global como en el Norte, la mundialización ha empujado a muchas mujeres al mercado de trabajo (Hirata & Le Doaré, 1998), -a menudo, a causa de la destrucción de sus modos de existencia anteriores-. Algunas autoras analizan esta inserción masiva de las mujeres en el mercado de trabajo como positiva, ya que consideran que el acceso de las mujeres al mercado del trabajo asalariado les da autonomía económica, la cual sería clave para la igualdad entre los sexos. La estadounidense Nancy Fraser (2013) sugirió recientemente que existía cierta convergencia de intereses entre una parte del movimiento feminista y el capitalismo: ya sea que el mercado sediento de mano de obra se muestre deprovisto de prejuicios patriarcales, ya sea que su interés, bien entendido, lo lleve a contratar preferentemente mano de obra femenina cuyo costo es abaratado por estos mismos prejuicios patriarcales.

Sin embargo, la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo está lejos de ser positiva. Efectivamente, el desmantelamiento sistemático de la legislación laboral les afecta especialmente, y más teniendo en cuenta que la mayoría ya se concentraba en sectores de actividad desvalorizados y mal protegidos, pues las reformas neoliberale precarizan y flexibilizan sus situaciones laborales aún más (Talahite, 2010). Además, las nuevas modalidades de trabajo requieren “cualidades típicamente femeninas” (“docilidad” y aceptación de contratos a tiempo parcial y al mismo tiempo infinitamente extensible, así como polivalencia e implicación “total”, sobre todo emocional), que dibujan formas de servilismo normalizadas y generalizadas. Por lo tanto, sólo una pequeña parte de las mujeres accede a “buenos” empleos cercanos a los estándares del empleo masculino y, asistimos, así, a una dualización creciente del empleo femenino (Sassen, 2010; Kergoat, 2012).

Por tanto, el análisis con perspectiva de género no puede prescindir de un análisis simultáneo en términos de clase y de “raza”, como lo señalaron por primera vez las feministas estadounidenses Negras del Combahee River Collective, en 1979. Yo misma he tratado de explicar, usando el concepto de “vasos comunicantes” (2014),  que obtener avances “para las mujeres” no tiene ningún interés si se hace a costa de retrocesos en la situación de las personas proletarias y racializadas (de las cuales, además, el 50% son mujeres). Sin embargo, esta parece ser la estrategia de la OCDE: legitimar la mundialización pretentidiendo que significa un progreso en términos de igualdad de sexos.

C. “Nuevos” empleos femeninos y migraciones
A comienzos del nuevo milenio, las estadounidenses Barbara Ehrenreich y Arlie Russel Hochschild ponen en evidencia tres figuras de la nueva “mujer global”: las niñeras, las criadas y las trabajadoras del sexo (2003). Si antes se trataba de migrantes “provinciales”, hoy en día muchas son migrantes internacionales, con frecuencia “postcoloniales” (Moujoud y Falquet, 2010). Niñeras y criadas, pero también auxiliares de salud para personas enfermas y mayores (cada vez más numerosas y menos atendidas por los servicios públicos), se han vuelto esenciales  en lo que constituye un verdadero proceso de internacionalización de la reproducción social. Frente a lo que ha sido denominado como la “crisis del care (cuidado)”, vemos desarrollarse un amplio sector de investigación alrededor de la idea de que “todas y todos somos vulnerables” (Tronto, 2009 [1993]), idea que nos propone valorar más, social y económicamente, las actividades ligadas a los cuidados de las y los demás, a modo de una nueva utopía societal.

Sin embargo, las investigaciones de la estadounidense Nakano Glenn (2009 [1991]), que analizan cómo en los Estados Unidos se ha forzado históricamente a ciertos sectores sociales a dispensar el cuidado (las personas esclavizadas, las mujeres, las mujeres esclavizadas, y después las mujeres racializadas[4] y las mujeres migrantes), abren una perspectiva más cruda sobre la varias formas de coacción que se están desarrollando hoy en día para obligar a ciertas personas a hacerse cargo de las demás, y a hacerlo a un bajo precio. De entre estas coacciones, las más impactantes son las reformas legislativas extremadamente restrictivas en el ámbito laboral, y también en el migratorio. Para la mayoría de las mujeres no privilegiadas, las opciones migratorias y de “carrera” se reducen a seguir-reunirse con-encontrar rápidamente un marido (legal, documentado) al llegar a la región hacia donde emigran, a inscribirse en programas oficiales de importación-exportación de mano de obra de “servicio” o a integrarse al mercado del “trabajo sexual” para hacer frente a los costos exorbitantes de la migración ilegalizada. Yo misma he sugerido conceptualizar este horizonte como el de la “hetero-circulación de las mujeres” (Falquet, 2012), prolongando el concepto de “continuo del intercambio económico-sexual” de la italiana Paola Tabet (2004), que permite (re)establecer el vínculo entre las actividades “nobles” del cuidado y las actividades “sulfurosas” en el ámbito del sexo.

En efecto, en la mayoría de las investigaciones estas actividades aparecen separadas, a pesar de que en parte son las mismas mujeres quienes las ejercen sucesivamente, ya sea que realicen una actividad durante el día y la otra en la noche o los fines de semana, o en diferentes periodos de su vida (Moujoud, 2008). Es por eso que propuse reunir estas mujeres bajo la categoría de “mujeres de servicios”, mostrando cómo su crecimiento corría paralelo a la multiplicación de los “hombres en armas”[5] y sugiero que el desarrollo dialéctico de estas dos categorías constituye uno de los paradigmas de la globalización neoliberal (Falquet, 2006).

2. Los “hombres en armas”, la guerra y el crecimiento neoliberal
Centrémonos ahora en los “hombres en armas”, es decir, soldados, mercenarios, guerrilleros o terroristas, policías, miembros de bandas o de organizaciones criminales, vigilantes penitenciarios o guardias jurados, entre otros, ya ejerzan en el sector público, semipúblico, privado o ilegal.

A. Un estado de guerra y de control generalizado

Así como en la época de la primera mundialización que desembocó en la Primera Guerra Mundial, tan lúcidamente analizada por Rosa Luxemburgo (1915), asistimos hoy a una competición internacional, feroz y militarizada, para hacerse con los recursos, los mercados y el control de las fuerzas productivas. A partir del 11 de septiembre de 2001, el nuevo marco general de esta competición es la guerra anti-terrorista dirigida por las principales potencias neoliberales contra diferentes países del Sur global. A grandes rasgos, ésta se traduce en una serie de guerras abiertas en diferentes países de Medio Oriente, en intervenciones militaro-humanitarias principalmente en el continente africano (Federici, 2001), en una guerra contra la migración “ilegal” en los países de la OCDE y en una guerra contra las drogas en el continente latinoamericano. Por todos lados vemos desarrollarse prácticas y discursos securitarios y de vigilancia generalizada de la población, como lo muestran las recientes revelaciones sobre la NSA (Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos).

Analizar desde una perspectiva de género el control securitario, la militarización y el estado de guerra generalizado que actualmente atravesamos, resulta particularmente revelador. Así, se invocan cada vez más los “derechos de las mujeres” para justificar estas intervenciones (Delphy, 2002; Eisenstein, 2010). Sin embargo, la violencia contra las mujeres que provocan estas guerras es considerable, ya sea en forma de violencia sexual, de desplazamiento y/o exilio forzado (a menudo tras violaciones sexuales masivas), y de manera general, de destrucción del sistema económico y social que empobrece drásticamente a las mujeres, mientras que ciertos hombres se enriquecen a través del pillaje y de tráficos diversos, en la medida en que acceden a espacios de poder como jefes político-militares de diferentes rangos. También son notables la consolidación del complejo carcelario-industrial que emplea y encierra a millones de personas (Davis, 2014), así como la multiplicación de campos destinados a contener a la población migrante lejos de los países que intenta alcanzar.

B. Los complejos militaro-industriales y la militarización, claves de la economía neoliberal

Desde los años ochenta han aparecido dos líneas de análisis feminista del militarismo global. Atenta a la militarización de las sociedades, la politóloga estadounidense Cynthia Enloe (1989, 2000) señala los vínculos existentes entre la implantación de bases militares estadounidenses después de la segunda guerra mundial y el desarrollo de la prostitución y del turismo sexual en Asia —lo que nos permite resituar el crecimiento del “trabajo sexual” en una perspectiva histórica, frente a aquellas personas que tienden a presentarlo como una simple alternativa “natural” y bien remunerada para las mujeres pobres. Muchos Estados del Sur global  a los que se incita a fomentar el turismo y que viven en gran parte del envío de dinero de las y los migrantes, se ven empujados a fingir la ignorancia de cara a este tipo de actividade, mientras que se les aconseja recuperar en impuestos su parte de la tajada. Enloe permite también reflexionar sobre el peso económico de las industrias culturales que legitiman la militarización colonialista, cuya punta de la lanza sigue siendo la industria hollywoodense, como lo ilustra la costosísima película Avatar, que termina glorificando la invasión « terrícola (occidental) » de una comunidad rural, con lujo de equipamento tecnológico-militar.

Por otro lado, retomando el concepto estadounidense de Complejo Militaro Industrial  (CMI), la socióloga francesa Andrée Michel (2013 [1985]) realiza un análisis económico y político integral del mismo. En primer lugar, muestra que la organización del trabajo en las industrias armamentísticas refuerza la taylorización del trabajo y exacerba la división sexual (asi como “racial” y social) del trabajo: para las mujeres proletarias del Sur global, los empleos precarios en la industria maquiladora, entre otros en la electrónica; para los hombres de clase media, los empleos de ingenieros, estables y bien remunerados, o de programadores informáticos en la Silicon Valley. En segundo lugar, Michel recuerda como una parte considerable de los fondos públicos para la investigación es puesta al servicio de los CMI, en detrimento de sectores como la salud o la educación. Más ampliamente aún, las contrataciones públicas que apoyan con vigor a la industria militar, así como los sueldos mensuales de los militares, son otros tantos millones que se les sustraen a los servicios públicos y al Welfare State, con las consecuencias arriba mencionadas.

Michel subraya asimismo cómo la venta de armas enriquece a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, mientras que su compra profundiza la deuda de los países del Sur global —por ejemplo, la deuda griega actual es resultado de su carrera armamentista con Turquía-. Este sistema alimenta la aparición de toda suerte de dictadores en potencia que propagan retóricas nacionalistas o étnicas de guerra, cuyas primeras afectadas son las mujeres. Por último, los CMI construyen su legitimidad sobre el control de los medios de comunicación y de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (NTIC), lo cual merece un análisis económico y político más profundo: ¿qué pasa por ejemplo, con la propiedad de los medios de comunicación en Francia, sede de uno de los CMI más poderosos del planeta, o con las inversiones recientes de Google en empresas de alta tecnología militar, o con las de Amazon en aviones no tripulados (drones)?

C. Refuerzo y evoluciones de los grupos armados no estatales e ilegales

Finalmente, queda en gran medida pendiente el análisis con perspectiva de género de los nuevos actores producidos por esta militarización neoliberal, así como de su peso económico y político. En primer lugar, es necesario un análisis de las empresas legales (grandes y pequeñas) que han aparecido en el ámbito de la seguridad y de las actividades mercenarias, y que apoyan y/o protegen tanto a ejércitos regulares y a sus subcontratistas civiles en países que se encuentran claramente en guerra, como a actores económicos en países oficialmente en paz. Estas empresas tienden a organizarse verticalmente, pudiendo llegar a dedicarse de forma simultánea a la explotación minera, a la venta de armas y a la organización de milicias (Deneault et Al, 2008). La sociedad Blackwater, rebautizada Academi después de los escándalos en los que se vio implicada en Irak —y que dispone de bases militares propias y de una flota de veinte aviones— es el ejemplo más conocido.

Los grupos ilegales ligados a la economía clandestina parecen también haberse consolidado. El caso de México es particularmente revelador: los modestos cárteles de la droga de los años ochenta se han convertido en actores militares, pero también económicos y políticos, ineludibles, cuyas actividades se extienden ahora hasta América Central y África del Oeste. México ilustra también la evolución de estos cárteles de la droga (comerciantes que venden un producto) hacia actividades mafiosas más clásicas de venta de “protección” (personas, bienes y territorios) (Devineau, 2013). De forma simultánea, algunos diversifican sus actividades hacia el tráfico de armas, de personas, la extorsión a migrantes y la prostitución. Estos actores se insertan cada vez más estrechamente en las economías locales, nacionales e internacionales. En el marco del “lavado de dinero”, sería de extrema importancia analizar el impacto económico de sus importaciones-exportaciones de capitales y de sus inversiones productivas, suntuarias o militares. En efecto, estos grupos ilegales, para confrontar a las autoridades, se abastecen de armas, compran sistemas de comunicación y de transportes sofisticados y costosos (aviones, submarinos o redes satelitales), ofreciendo así una importante salida a los productos de los CMI. Por otra parte, estos CMI hacen circular otro tanto de su producción a través de la “ayuda” militar que imponen diferentes gobiernos del Norte a los países del Sur global, a los que presionan para que entren en guerra contra la droga, la migración o el “terrorismo”.*

Así pues, las numerosas investigaciones realizadas desde una perspectiva de género, pero sobre todo a partir de una perspectiva de imbricación de las relaciones sociales de sexo, raza y clase, permiten una comprensión más profunda de la mundialización. Éstas cuestionan insistentemente la teoría economía dominante y su separación arbitraria e ideológica entre el trabajo considerado como productivo y el trabajo considerado como reproductivo. Es importante seguir profundizando este antiguo cuestionamiento feminista a la disciplina económica, que parece hoy más válido que nunca. Las investigaciones también subrayan que una de las dinámicas centrales de la mundialización neoliberal se juega alrededor de la reorganización  de la reproducción social, tanto como en torno a los complejos militaro-mediático-industriales —lo que constituye una segunda pista a seguir: la necesidad de trabajar la simultaneidad de las transformaciones en los dos campos y de otorgar más importancia a los análisis feministas del complejo militaro-industrial. Finalmente, si observamos la situación desde una perspectiva histórica, podemos ofrecer la hipótesis de que asistimos actualmente a una nueva fase de acumulación primitiva (Federici, 2014 [2004]) gracias al endurecimiento simultáneo de las relaciones sociales de sexo, de “raza” y de clase. Indudablemente, esta tercera pista puede arrojar luces teóricas de vital importancia sobre el desarrollo de la globalización y las alternativas que podamos oponer.
 
Bibliografía
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[1] Una versión en francés de este artículo ha sido publicada en: Regards croisés sur l’économie, “Peut-on faire de l’économie du genre?”, 2014, nº15, pp. 341-355. La versión que aquí se presenta ha sido traducida por Cristina Reyes Iborra y revisada por la autora, con la ayuda de Rocío Medina Martín.
[2] Jules Falquet es investigadora-docente en sociología en la Universidad Paris Diderot. Ha publicado en francés, español, portugués e inglés, entre otros : De gré ou de force. Les femmes dans la mondialisation (2008, Paris)/ Por las buenas o por las malas. Las mujeres en la globalización (2011, Bogota). Página personal : julesfalquet.wordpress.com
[3] Por razones de espacio y de unidad argumentativa, este artículo se centra en los análisis producidos desde países miembros de la OCDE, y particularmente Francia.
[4] Desde la perspectiva antinaturalista a la que me adhiero firmemente, el concepto de racialización se refiere a procesos sociales e históricos a través de los cuales ciertas personas y grupos son creados como “diferentes” e “inferiores” en base a criterios somáticos y/o culturales arbitrarios (socialmente producidos y/o exacerbados) que son pensados como ligados a la “raza”. En este sentido, la “raza” no se refiere a algo natural ni biológico, sino que es el resultado de las relaciones sociales de raza, como el sexo tanto como el género, son el resultado de las relaciones sociales de sexo.
[5] Es evidente que ciertas mujeres ejercen de “hombres en armas”, lo mismo que podemos encontrar hombres entre las “mujeres de servicios” (a causa de la imbricación de las relaciones sociales de poder).