Fue la primera mujer fotoperiodista de
América, y murió sola, indigente y olvidada por la historia
La afilada curiosidad social de una
auténtica pionera
Cada vez que como mujer disparas una foto,
cada vez que retratas tu entorno o fijas con tu cámara la realidad social que
se respira en las calles, estás un poco en deuda con Jessie Tarbox Beals. Ella
fue la primera mujer fotoperiodista de América, y como en tantas otras
historias de pioneras, su vida no tuvo el mejor final.
El azar puede cambiar el curso de una vida.
El azar y una voluntad perseverante, en el caso que nos ocupa. Porque Beals
tuvo que agarrarse a un deseo y defenderlo contra viento y marea, consciente de
que todas las convenciones sociales de su época jugaban en su contra por el
simple hecho de ser mujer.
En 1888, con 17 años, la suerte quiso que
Jessie ganara una cámara fotográfica por vender una suscripción a una revista
de la época. Se trataba de una cámara pequeña y rudimentaria, pero aquel
obsequió acabaría marcando el resto de su vida.
"Empecé a fotografiar cuando era
maestra en Massachusetts, con una cámara pequeña que me había costado 1,75
dólares", rememoraba Beals en una vieja entrevista con The New York Times.
"En una semana la había reemplazado por una cámara mayor, y en cinco
semanas esa segunda cámara me había hecho ganar 10 dólares".
Beals pronto recibió su primera encomienda
por parte de un periódico . Tenía que acudir a retratar la prisión estatal de
Massachusetts. Y allí se plantó ella, con sus gafas redondas, con su lazo
perfecto adornando su cuello, su falda hasta los tobillos y uno de sus
llamativos sombreros, cargando con más de 30 kilos de equipo.
En aquella época, las pocas mujeres que
practicaban la fotografía lo hacían desde la seguridad del estudio. Beals era
distinta: a ella lo que le atraía era la calle, salir con su cámara a retratar
el mundo, su gente, sus penurias y sus sucesos.
Cuando fue contratada como fotógrafa de
plantilla de dos diarios de la época, Jessie Tarbox Beals se convirtió en la
primer mujer fotoperiodista profesional de Norteamérica.
Sirvan estas palabras suyas, sacadas de una
entrevista fechada en 1904, como ejemplo de lo inusual que era su figura
entonces:
" La fotografía para periódicos como
vocación de mujeres tiene mucho de innovación, pero es una práctica que ofrece
grandes incentivos en la forma de intereses y también de beneficios. Si uno es
poseedor de salud y fortaleza, tiene un buen instinto por las noticias... un
equipo fotográfico adecuado, y la habilidad para buscarse la vida, persuadir y
chanchullar, que es la cualificación más necesaria, entonces uno puede ser un
fotógrafo de noticias".
Con el tiempo fue orientando su objetivo
hacia los temas que le eran de más interés, a menudo causas sociales que
demandaban reformas: la educación y la pobreza infantil, el problema de la
vivienda, los primeros albores de espontaneidad feminista. También la vida
bohemia del Greenwich Village neoyorquino, barrio donde llegó a regentar un
salón de té y una pequeña galería de arte, y al que dedicó centenares de fotos
que hablan de un despertar para la mujer.
Los últimos años fueron duros para Beals.
Toda una vida de trabajo precario, siempre cargando con cámaras pesadas, la
dejaron rota y casi indigente. Acabó postrada en la cama, sin apenas poder
moverse. En sus últimos días fue acogida en el ala de caridad del Bellevue
Hospital de Nueva York, donde murió sola en 1942.
Su mirada siempre fue de mujer. La de una
mujer atrevida, infinitamente curiosa, que nunca achantó ante los obstáculos de
género de la época que le tocó vivir. Muchas de sus mejores fotos acabaron
perdidas para siempre (en su última etapa, Beals simplemente se vio demasiado
pobre como para poder seguir almacenándolas), pero nadie podrá negarle su lugar
en la historia.
Fuente: Playground Noticias
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