Una version anterior de este artículo ha
salido en la revista Revista Internacional de Pensamiento Político, n°9, 2014,
(Universidad Pablo de Olavide de Sevilla : http://www.pensamientopolitico.org/presentacion.php).
Lo que el género le hace al análisis de la
mundialización neoliberal: la sombra del militarismo sobre las mujeres
globalizadas[1]
Desde los años noventa, diversas
investigaciones feministas mezclando herramientas provenientes de la
sociología, sociología del trabajo, ciencias políticas y economía, proponen
diferentes pistas de análisis feministas de la mundialización. Presentaré aquí algunas de estas reflexiones[3] tomando como
hilo conductor las transformaciones de la actividad económica.
Históricamente, para corregir el sesgo
androcéntrico de muchos trabajos sobre el tema, el primer reflejo ha sido de
“añadir a las mujeres” al análisis. Siguiendo este primer hilo, veremos para
empezar cuáles son las ambivalencias de la incorporación de las mujeres al
mercado de trabajo y el tipo de actividades que la mundialización reserva
mayoritariamente a las mujeres no privilegiadas del planeta, sobre todo en
torno a actividades “de servicio”. En un segundo momento, siendo que una
verdadera perspectiva de género debe buscar pensar en conjunto y de forma
dialéctica los dos términos que conforman las relaciones sociales de sexo,
presentaré otros análisis que pudiera parecer alejados del tema, pero que sin
embargo, son claves para comprender la mundialización: aquéllos que se enfocan
en cuestiones como la guerra, el militarismo y
las diferentes manifestaciones de lo que en otro trabajo llamé los
“hombres en armas” (2011 [2008]).
1. Las “Mujeres de servicios”, nuevas “Mujeres
globales”
Desde finales de los años ochenta, las
teóricas feministas profundizan sus críticas a la separación arbitraria entre
las actividades denominadas respectivamente como “productivas” y
“reproductivas”, cuestionando profundamente la disciplina económica y el “gran
discurso” dominante de la historia del capitalismo. La alemana Maria Mies
propone reconsiderar el peso de las relaciones patriarcales en la acumulación a
escala mundial (1986), mientras que la neozelandesa Marilyn Waring discute la
lógica misma de la contabilidad internacional, de la medición del PIB y del
crecimiento (1988). A principios de los años noventa, la estadounidense Saskia
Sassen es una de las primeras en analizar el nuevo fenómeno de la
“globalización”, estudiando las Global Cities donde parejas que trabajan a
tiempo completo en actividades ligadas, por ejemplo, a las altas finanzas -y
por lo tanto parejas “sin esposa”-, “externalizan” numerosas tareas “reproductivas”
hacia una mano de obra barata constituida principalmente por mujeres, a menudo
migrantes (1991).
A. La mundialización neoliberal: ¿efectos
nocivos para las mujeres?
A finales de los años noventa, numerosos
estudios sobre el impacto de los planes de ajuste estructural muestran que la
crisis económica, el aumento del desempleo y la profundización de las
desigualdades han afectado y empobrecido de forma particular a las mujeres,
tanto en términos absolutos como en relación con los hombres (Hirata y Le
Doaré, 1998; Wichterich, 1999; ATTAC, 2002 ; Bisilliat, 2003). Después de
haber mostrado cómo el Welfare State había liberado parcialmente a las mujeres
del “patriarcado privado” (volviéndolas dependientes de lo que llamó
“patriarcado público”), la británica Sylvia Walby (1990) subrayó que el ajuste
estructural condujo a una re-familiarización de muchas tareas e hizo a las
mujeres dependientes de un nuevo “patriarcado privado”, usándolas, sin
escrúpulos, como “amortiguadoras” de la crisis (1997).
En una perspectiva similar, un equipo
constituido alrededor de Eleonore Kofmann (2001), también británica, puso en
evidencia que las transformaciones de las políticas sociales en Europa han
estado acompañadas por políticas más o menos oficiales de importación de mano
de obra femenina desde países del Sur global para realizar aquellas tareas que
el Estado abandona, mientras muchos hombres rechazan obstinadamente
realizarlas, y muchas mujeres ya no logran “conciliarlas” con el resto de sus
obligaciones. Recordemos, en este sentido, que los Acuerdos de Lisboa exigen
que al menos un 60% de las mujeres de la OCDE entren al mercado de trabajo.
B. El capitalismo neoliberal, ¿un aliado de
las mujeres?
Investigación tras investigación, se llega a
la siguiente constatación: tanto en el Sur global como en el Norte, la
mundialización ha empujado a muchas mujeres al mercado de trabajo (Hirata &
Le Doaré, 1998), -a menudo, a causa de la destrucción de sus modos de
existencia anteriores-. Algunas autoras analizan esta inserción masiva de las
mujeres en el mercado de trabajo como positiva, ya que consideran que el acceso
de las mujeres al mercado del trabajo asalariado les da autonomía económica, la
cual sería clave para la igualdad entre los sexos. La estadounidense Nancy
Fraser (2013) sugirió recientemente que existía cierta convergencia de
intereses entre una parte del movimiento feminista y el capitalismo: ya sea que
el mercado sediento de mano de obra se muestre deprovisto de prejuicios
patriarcales, ya sea que su interés, bien entendido, lo lleve a contratar
preferentemente mano de obra femenina cuyo costo es abaratado por estos mismos
prejuicios patriarcales.
Sin embargo, la incorporación de las mujeres
al mercado de trabajo está lejos de ser positiva. Efectivamente, el
desmantelamiento sistemático de la legislación laboral les afecta
especialmente, y más teniendo en cuenta que la mayoría ya se concentraba en
sectores de actividad desvalorizados y mal protegidos, pues las reformas
neoliberale precarizan y flexibilizan sus situaciones laborales aún más
(Talahite, 2010). Además, las nuevas modalidades de trabajo requieren
“cualidades típicamente femeninas” (“docilidad” y aceptación de contratos a
tiempo parcial y al mismo tiempo infinitamente extensible, así como polivalencia
e implicación “total”, sobre todo emocional), que dibujan formas de servilismo
normalizadas y generalizadas. Por lo tanto, sólo una pequeña parte de las
mujeres accede a “buenos” empleos cercanos a los estándares del empleo
masculino y, asistimos, así, a una dualización creciente del empleo femenino
(Sassen, 2010; Kergoat, 2012).
Por tanto, el análisis con perspectiva de
género no puede prescindir de un análisis simultáneo en términos de clase y de
“raza”, como lo señalaron por primera vez las feministas estadounidenses Negras
del Combahee River Collective, en 1979. Yo misma he tratado de explicar, usando
el concepto de “vasos comunicantes” (2014),
que obtener avances “para las mujeres” no tiene ningún interés si se
hace a costa de retrocesos en la situación de las personas proletarias y
racializadas (de las cuales, además, el 50% son mujeres). Sin embargo, esta
parece ser la estrategia de la OCDE: legitimar la mundialización pretentidiendo
que significa un progreso en términos de igualdad de sexos.
C. “Nuevos” empleos femeninos y migraciones
A comienzos del nuevo milenio, las
estadounidenses Barbara Ehrenreich y Arlie Russel Hochschild ponen en evidencia
tres figuras de la nueva “mujer global”: las niñeras, las criadas y las
trabajadoras del sexo (2003). Si antes se trataba de migrantes “provinciales”,
hoy en día muchas son migrantes internacionales, con frecuencia
“postcoloniales” (Moujoud y Falquet, 2010). Niñeras y criadas, pero también
auxiliares de salud para personas enfermas y mayores (cada vez más numerosas y
menos atendidas por los servicios públicos), se han vuelto esenciales en lo que constituye un verdadero proceso de
internacionalización de la reproducción social. Frente a lo que ha sido denominado
como la “crisis del care (cuidado)”, vemos desarrollarse un amplio sector de
investigación alrededor de la idea de que “todas y todos somos vulnerables”
(Tronto, 2009 [1993]), idea que nos propone valorar más, social y
económicamente, las actividades ligadas a los cuidados de las y los demás, a
modo de una nueva utopía societal.
Sin embargo, las investigaciones de la
estadounidense Nakano Glenn (2009 [1991]), que analizan cómo en los Estados
Unidos se ha forzado históricamente a ciertos sectores sociales a dispensar el
cuidado (las personas esclavizadas, las mujeres, las mujeres esclavizadas, y
después las mujeres racializadas[4] y las mujeres
migrantes), abren una perspectiva más cruda sobre la varias formas de coacción
que se están desarrollando hoy en día para obligar a ciertas personas a hacerse
cargo de las demás, y a hacerlo a un bajo precio. De entre estas coacciones,
las más impactantes son las reformas legislativas extremadamente restrictivas
en el ámbito laboral, y también en el migratorio. Para la mayoría de las
mujeres no privilegiadas, las opciones migratorias y de “carrera” se reducen a
seguir-reunirse con-encontrar rápidamente un marido (legal, documentado) al
llegar a la región hacia donde emigran, a inscribirse en programas oficiales de
importación-exportación de mano de obra de “servicio” o a integrarse al mercado
del “trabajo sexual” para hacer frente a los costos exorbitantes de la
migración ilegalizada. Yo misma he sugerido conceptualizar este horizonte como
el de la “hetero-circulación de las mujeres” (Falquet, 2012), prolongando el
concepto de “continuo del intercambio económico-sexual” de la italiana Paola
Tabet (2004), que permite (re)establecer el vínculo entre las actividades
“nobles” del cuidado y las actividades “sulfurosas” en el ámbito del sexo.
En efecto, en la mayoría de las
investigaciones estas actividades aparecen separadas, a pesar de que en parte
son las mismas mujeres quienes las ejercen sucesivamente, ya sea que realicen
una actividad durante el día y la otra en la noche o los fines de semana, o en
diferentes periodos de su vida (Moujoud, 2008). Es por eso que propuse reunir
estas mujeres bajo la categoría de “mujeres de servicios”, mostrando cómo su
crecimiento corría paralelo a la multiplicación de los “hombres en armas”[5] y sugiero que el
desarrollo dialéctico de estas dos categorías constituye uno de los paradigmas
de la globalización neoliberal (Falquet, 2006).
2. Los “hombres en armas”, la guerra y el
crecimiento neoliberal
Centrémonos ahora en los “hombres en armas”,
es decir, soldados, mercenarios, guerrilleros o terroristas, policías, miembros
de bandas o de organizaciones criminales, vigilantes penitenciarios o guardias
jurados, entre otros, ya ejerzan en el sector público, semipúblico, privado o
ilegal.
A. Un estado de guerra y de control generalizado
Así como en la época de la primera
mundialización que desembocó en la Primera Guerra Mundial, tan lúcidamente
analizada por Rosa Luxemburgo (1915), asistimos hoy a una competición
internacional, feroz y militarizada, para hacerse con los recursos, los
mercados y el control de las fuerzas productivas. A partir del 11 de septiembre
de 2001, el nuevo marco general de esta competición es la guerra
anti-terrorista dirigida por las principales potencias neoliberales contra
diferentes países del Sur global. A grandes rasgos, ésta se traduce en una
serie de guerras abiertas en diferentes países de Medio Oriente, en intervenciones
militaro-humanitarias principalmente en el continente africano (Federici,
2001), en una guerra contra la migración “ilegal” en los países de la OCDE y en
una guerra contra las drogas en el continente latinoamericano. Por todos lados
vemos desarrollarse prácticas y discursos securitarios y de vigilancia
generalizada de la población, como lo muestran las recientes revelaciones sobre
la NSA (Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos).
Analizar desde una perspectiva de género el
control securitario, la militarización y el estado de guerra generalizado que
actualmente atravesamos, resulta particularmente revelador. Así, se invocan
cada vez más los “derechos de las mujeres” para justificar estas intervenciones
(Delphy, 2002; Eisenstein, 2010). Sin embargo, la violencia contra las mujeres
que provocan estas guerras es considerable, ya sea en forma de violencia
sexual, de desplazamiento y/o exilio forzado (a menudo tras violaciones
sexuales masivas), y de manera general, de destrucción del sistema económico y
social que empobrece drásticamente a las mujeres, mientras que ciertos hombres
se enriquecen a través del pillaje y de tráficos diversos, en la medida en que
acceden a espacios de poder como jefes político-militares de diferentes rangos.
También son notables la consolidación del complejo carcelario-industrial que
emplea y encierra a millones de personas (Davis, 2014), así como la
multiplicación de campos destinados a contener a la población migrante lejos de
los países que intenta alcanzar.
B. Los complejos militaro-industriales y la
militarización, claves de la economía neoliberal
Desde los años ochenta han aparecido dos líneas
de análisis feminista del militarismo global. Atenta a la militarización de las
sociedades, la politóloga estadounidense Cynthia Enloe (1989, 2000) señala los
vínculos existentes entre la implantación de bases militares estadounidenses
después de la segunda guerra mundial y el desarrollo de la prostitución y del
turismo sexual en Asia —lo que nos permite resituar el crecimiento del “trabajo
sexual” en una perspectiva histórica, frente a aquellas personas que tienden a
presentarlo como una simple alternativa “natural” y bien remunerada para las
mujeres pobres. Muchos Estados del Sur global
a los que se incita a fomentar el turismo y que viven en gran parte del
envío de dinero de las y los migrantes, se ven empujados a fingir la ignorancia
de cara a este tipo de actividade, mientras que se les aconseja recuperar en
impuestos su parte de la tajada. Enloe permite también reflexionar sobre el
peso económico de las industrias culturales que legitiman la militarización
colonialista, cuya punta de la lanza sigue siendo la industria hollywoodense,
como lo ilustra la costosísima película Avatar, que termina glorificando la
invasión « terrícola (occidental) » de una comunidad rural, con lujo
de equipamento tecnológico-militar.
Por otro lado, retomando el concepto
estadounidense de Complejo Militaro Industrial
(CMI), la socióloga francesa Andrée Michel (2013 [1985]) realiza un
análisis económico y político integral del mismo. En primer lugar, muestra que
la organización del trabajo en las industrias armamentísticas refuerza la
taylorización del trabajo y exacerba la división sexual (asi como “racial” y
social) del trabajo: para las mujeres proletarias del Sur global, los empleos
precarios en la industria maquiladora, entre otros en la electrónica; para los
hombres de clase media, los empleos de ingenieros, estables y bien remunerados,
o de programadores informáticos en la Silicon Valley. En segundo lugar, Michel
recuerda como una parte considerable de los fondos públicos para la
investigación es puesta al servicio de los CMI, en detrimento de sectores como
la salud o la educación. Más ampliamente aún, las contrataciones públicas que
apoyan con vigor a la industria militar, así como los sueldos mensuales de los
militares, son otros tantos millones que se les sustraen a los servicios
públicos y al Welfare State, con las consecuencias arriba mencionadas.
Michel subraya asimismo cómo la venta de armas
enriquece a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU,
mientras que su compra profundiza la deuda de los países del Sur global —por
ejemplo, la deuda griega actual es resultado de su carrera armamentista con
Turquía-. Este sistema alimenta la aparición de toda suerte de dictadores en
potencia que propagan retóricas nacionalistas o étnicas de guerra, cuyas
primeras afectadas son las mujeres. Por último, los CMI construyen su
legitimidad sobre el control de los medios de comunicación y de las nuevas
tecnologías de la información y de la comunicación (NTIC), lo cual merece un
análisis económico y político más profundo: ¿qué pasa por ejemplo, con la
propiedad de los medios de comunicación en Francia, sede de uno de los CMI más
poderosos del planeta, o con las inversiones recientes de Google en empresas de
alta tecnología militar, o con las de Amazon en aviones no tripulados (drones)?
C. Refuerzo y evoluciones de los grupos
armados no estatales e ilegales
Finalmente, queda en gran medida pendiente el
análisis con perspectiva de género de los nuevos actores producidos por esta
militarización neoliberal, así como de su peso económico y político. En primer
lugar, es necesario un análisis de las empresas legales (grandes y pequeñas)
que han aparecido en el ámbito de la seguridad y de las actividades
mercenarias, y que apoyan y/o protegen tanto a ejércitos regulares y a sus
subcontratistas civiles en países que se encuentran claramente en guerra, como
a actores económicos en países oficialmente en paz. Estas empresas tienden a
organizarse verticalmente, pudiendo llegar a dedicarse de forma simultánea a la
explotación minera, a la venta de armas y a la organización de milicias
(Deneault et Al, 2008). La sociedad Blackwater, rebautizada Academi después de
los escándalos en los que se vio implicada en Irak —y que dispone de bases
militares propias y de una flota de veinte aviones— es el ejemplo más conocido.
Los grupos ilegales ligados a la economía
clandestina parecen también haberse consolidado. El caso de México es
particularmente revelador: los modestos cárteles de la droga de los años
ochenta se han convertido en actores militares, pero también económicos y
políticos, ineludibles, cuyas actividades se extienden ahora hasta América
Central y África del Oeste. México ilustra también la evolución de estos
cárteles de la droga (comerciantes que venden un producto) hacia actividades
mafiosas más clásicas de venta de “protección” (personas, bienes y territorios)
(Devineau, 2013). De forma simultánea, algunos diversifican sus actividades
hacia el tráfico de armas, de personas, la extorsión a migrantes y la
prostitución. Estos actores se insertan cada vez más estrechamente en las
economías locales, nacionales e internacionales. En el marco del “lavado de
dinero”, sería de extrema importancia analizar el impacto económico de sus
importaciones-exportaciones de capitales y de sus inversiones productivas,
suntuarias o militares. En efecto, estos grupos ilegales, para confrontar a las
autoridades, se abastecen de armas, compran sistemas de comunicación y de
transportes sofisticados y costosos (aviones, submarinos o redes satelitales),
ofreciendo así una importante salida a los productos de los CMI. Por otra
parte, estos CMI hacen circular otro tanto de su producción a través de la
“ayuda” militar que imponen diferentes gobiernos del Norte a los países del Sur
global, a los que presionan para que entren en guerra contra la droga, la
migración o el “terrorismo”.*
Así pues, las numerosas investigaciones
realizadas desde una perspectiva de género, pero sobre todo a partir de una
perspectiva de imbricación de las relaciones sociales de sexo, raza y clase,
permiten una comprensión más profunda de la mundialización. Éstas cuestionan
insistentemente la teoría economía dominante y su separación arbitraria e
ideológica entre el trabajo considerado como productivo y el trabajo considerado
como reproductivo. Es importante seguir profundizando este antiguo
cuestionamiento feminista a la disciplina económica, que parece hoy más válido
que nunca. Las investigaciones también subrayan que una de las dinámicas
centrales de la mundialización neoliberal se juega alrededor de la
reorganización de la reproducción
social, tanto como en torno a los complejos militaro-mediático-industriales —lo
que constituye una segunda pista a seguir: la necesidad de trabajar la
simultaneidad de las transformaciones en los dos campos y de otorgar más
importancia a los análisis feministas del complejo militaro-industrial.
Finalmente, si observamos la situación desde una perspectiva histórica, podemos
ofrecer la hipótesis de que asistimos actualmente a una nueva fase de
acumulación primitiva (Federici, 2014 [2004]) gracias al endurecimiento
simultáneo de las relaciones sociales de sexo, de “raza” y de clase.
Indudablemente, esta tercera pista puede arrojar luces teóricas de vital
importancia sobre el desarrollo de la globalización y las alternativas que
podamos oponer.
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